Con mis amigas, los días en la E.S.O se hacían pesados, así que al recordar aquello nos sentíamos como los niños pequeños y sin obligaciones que adoraban a aquella maestra. Se nos iban los pensamientos a esa clase de color rojo, mesas bajas y una pizarra enorme donde pasamos unos años queridos e inolvidables. Recordamos con alegría el patio de piedra donde nos hacíamos rasguños varios, compañeros de aventuras y cómo no, los macarrones más buenos que ninguno de nosotros haya tomado en su vida. Por ello, cuando la volvimos a ver, nos entró el cosquilleo de la imaginación, las ganas de jugar y de repente éramos los niños de antes, haciendo trastadas y demás pillerías. Así que, aquel día hicimos un trato, que nunca dejáramos de ser niños, de pensar como niños y disfrutar como niños.
Y gracias a ello, esta profesora a dejado su “huella” en los niños que cuidaba con tanto cariño.